¿Qué tanto queremos cambiar?

Gerardo Garfias/ Noticias

Hace mucho tiempo que no había visto tanta expectativa por el cambio que siento mello al imaginarme las reacciones de más de uno cuando los esfuerzos claros o medios por sacar a Oaxaca del hoyo en que nos encontramos se estrellen, por las inercias, usos y costumbres arraigados en nuestra sociedad local, complicidades, alianzas, espacios de poder y otras pequeñas cosas que a lo largo de más de ochenta años conformaron la entidad sui géneris, que con un antecedente de haber sido conformada en papel por diversas naciones y un mestizaje inacabado, dieron lugar a regiones, pueblos, comunidades y centros urbanos apenas reunidos en un mapa sin mucha cohesión y si diversas formas de convivir y de gobernarse. Los de la cuenca se sienten más veracruzanos que los propios jarochos y hoy la delincuencia organizada ha sentado sus reales con todo lo que ello implica en aquella región en donde hace más de medio siglo en aras del eufemísticamente llamado interés nacional, pobladores de comunidades enteras del pueblo chinanteco fueron echados de sus ricas tierras y hoy siguen con su pobreza y explotación por campos ajenos.
La Costa con sus desarrollos turísticos fallidos, cacicazgos cruentos de muchos años que hoy quieren disfrazarse en representantes populares descendientes de los señores de horca y cuchillo, una población indígena arrinconada en sus propias tierras, violentadas en sus sistemas normativos internos por la injerencia descarada de lo partidos políticos y los fraudes en las inversiones y programas gubernamentales que solo dejan ganado de doble propósito porque dan mierda y lástima. La Mixteca y la Sierra Norte con su aislamiento geográfico y estratégico ancestrales, expulsando a sus mejores mujeres y hombres en una diáspora que ya dura más de cincuenta años por los campos de cultivo del norte y del vecino país en que son vejados, explotados y sometidos a jornadas de hambre, contaminación y miseria. La tierra de Dios y María Santísima convulsionada por sus divisiones ancestrales, actores y organizaciones que se reproducen hasta el infinito por aquello que en donde hay dos istmeños hay dos municipios, explotación de sus recursos naturales por empresas extranjeras dejando migajas para sus dueños, depredación ecológica y por desgracia cada vez más afectada por el calentamiento global convirtiéndola en una región de permanente desastre y desahucio social. La Sierra Sur con sus rezagos, conflictos perennes agrarios creados artificialmente por la reforma agraria y sus cínicos empleados que sin importar el color del partido que los cobija se lavan las manos criminalmente todavía pontificando en que son los pueblos los necios que no quieren ceder, apoyados por los redentores y mesías de ocasión que ante la falta de responsabilidad y negligencia cínica de los tres ordenes de gobierno impiden cualquier posibilidad que sean los propios pueblos los que decidan su destino de sus cuantiosos y codiciados recursos naturales; los valles centrales cada vez más siguiendo el crecimiento desordenado y antinatura se vuelve una mega concentración que contamina, depreda y exige cada vez más inversiones en servicio ante la migración de la población rural, encimamiento de culturas y sistemas normativos internos que provocan cada vez más enfrentamientos, corrupción y falta de atención de una población diezmada por la miseria, el exilio forzado de su mano de obra y la expresión de los principales intereses políticos y económicos de la entidad.
Agreguemos a este ligero esbozo del entorno las prácticas de convivencia y subsistencia tan arraigadas entre la población y saquemos un pequeño balance de lo que podremos hacer en lo inmediato para que tengamos por lo menos cincuenta mil empleos anuales para medio responder a la población productiva y desempleada con todas las formas conocidas de sindicarse, paros, huelgas, plantones y demás chucherías; para que en seis años por lo menos, recuperemos algunos años de atraso en la educación que nos permita preparar a las nuevas generaciones y ser competitivos más allá de la vanguardia y del evidente panfleto y de una llamada ridículamente máxima casa de estudios con todo lo que a diario sabemos de ella. Lo que tenemos que impulsar para que contemos con un nuevo marco jurídico que permita más sociedad y que los empleados públicos cumplan con su trabajo, que los partidos políticos no medren con los recursos ni la voluntad ciudadana y podamos aspirar a representantes populares ciudadanos como los pueblos y comunidades lo hacen desde hace cientos de años.
A que las divisas cotidianas de la coexistencia y convivencia social y comunitaria sean la pluralidad la tolerancia y el reconocimiento de los diferentes para terminar con la suplantación, la usurpación de la representación social, el atropello de los derechos fundamentales y reconocer la multiculturalidad que a pesar de toso esto nos ha permitido sobrevivir y reproducir formas ancestrales de vida sustentadas en la comunalidad y en la ayuda mutua: ¿Sencillito no?